domingo, 23 de agosto de 2020

Un vuelco inesperado

 

El 15 de marzo 1954 Juan, de 12 años, estaba en la escuela, sentado en su banco. La suplente que le daba clases notó un moretón en su brazo y sus rodillas medio raspadas, por lo que le preguntó qué le había ocurrido, a lo que el preadolescente respondió:

¿No le contaron qué pasó? Yo corrí lo más rápido que pude. Pobre, no se podía mover... ¡Flor de golpe nos dimos!
El miércoles me ofrecí a llevarla, cómo no iba a hacerlo, no me costaba nada. Ese mismo viernes me levanté, saludé a mi padre que ya se estaba por ir al trabajo y preparé el sulki, con el caballo más manso, me dan ese porque son cautelosos, no quieren que tenga ningún percance, y, cuándo mis hermanas estuvieron listas, salimos.
Fue una mañana como cualquier otra. Llegamos, cada uno se sentó en su banco, con su cuaderno y la maestra nos fue entregando lo que nos correspondía hacer esa mañana. La primera hora estuve con matemática, es la que menos me gusta, la que más me cuesta. Me tocaba aprender a dividir con fracciones, creo que ahora ya me van saliendo mejor, pero en ese entonces no le pegaba ni a una. En fin, cuando finalizó la jornada, nos marchamos.

La maestra lo interrumpe un segundo:

- Che, ahí atrás, ¿qué tanto cuchichean?, Francisco vuelva a su banco y deje a su compañera tranquila. Seguí tranquilo Juan…
- Emmm, ¿por dónde estaba?... ahhh sí, ahí me acordé. Salimos de la escuela, el caballo me esperaba, mi favorito, fue un obsequio cuándo cumplí 10 años. Mis hermanas se subieron, le ayudé a subir a la maestra, y partimos. Era una linda tarde, veníamos charlando, contado un par de anécdotas, disfrutando del paisaje. No veía la hora de llegar a casa, los viernes me resultan matadores, ya llegaba el fin de semana y me iba a poder relajar, al menos un poco, porque los sábados le ayudo a mi papá con el campo.
Íbamos por el bajo del cura, el mismo de todos los días, ese angostito que nos lleva a casa. Como siempre, se empezaron a ver un par de vacas tiradas al costado, nada de otro mundo, son las que todos los días están ahí, pero... ¿Cómo no pude verla? Con la lentitud y la pasividad con la que se levantó, podría haber hecho algo, el caballo no iba rápido, podría haberlo detenido... Pero es que iba tan distraído, estaba en mi mundo, relajado, sin pensar en los peligros, ¿qué peligros? ¿Cuál es el peligro en un camino tan estrecho y tan desierto?
La vaca se paró y dio la casualidad de que justo estábamos pasando por allí, ¿tan oportuna iba a ser? Enganchó el eje del sulki y… PUUUM, se dio vuelta, con caballo y todo. Ni bien reaccioné, me paré como pude, vi que mis hermanas habían hecho lo mismo, pero el caballo estaba desplomado y mi maestra no se podía levantar, me gritaba que corra. Levanté la vista y logré divisar a un hombre a lo lejos, se veía muy pequeño, tranquilamente podría haber sido un palo, pero era una situación extrema, por lo que seguí mis instintos y salí corriendo, como pude, porque las rodillas me estaban matando del dolor.



Ese mismo día, José, más conocido como el Pepe por todos sus amigos y el pueblo vecino, charlaba con Raúl, su primo que lo había venido a visitar desde La Pampa por su cumpleaños. Entre mate y mate, el recién llegado consultó a su primo por el estrecho camino que había transitado, debido a un desvío en la ruta:

Che Pepe, ¿vos sabés que pasó allá en frente? Pasa que cuando venía había unos restos de sulki al costado, en frente de las vacas.
Uhh sí, vos sabés che que el otro día vino un pibe corriendo hasta acá. Se les había volteado, ¿viste? Justo resulta ser que una de las vacas se levantó en el momento exacto en el que el sulki pasaba por el camino, le enganchó el eje de la rueda y se dio vuelta. Pero tranquilo porque están todos bien, la que se lastimó un poco más fue la maestra, pero creo que anda de licencia ahora.

Raúl había logrado divisar algo en el suelo cuándo pasaba, brillaba en el medio de los pastizales, por lo que se bajó a recogerlo. Era una bolsita, blanca y de tela, de un tamaño algo singular, era pequeña, como para no notar su presencia, pero no tanto como para entrar en un bolsillo. La misma tenía cosida una medallita de oro en su parte delantera, y un bordado debajo: “Mariana”, decía, en hilos rosados. Dentro tenía un olor muy fuerte, Raúl supuso que porque debía llevar varios días tirada allí. 

- ¿Y de quién era? - preguntó el visitante a su primo.
¿Las vacas? De los Ramírez, viste que viven ahí nomás. Yo ya les dije varias veces que las acorralen, son un peligro ahí, pero no hay caso che… me dijeron que es porque el hijo es medio vago…como que jugando les hizo un alimento, que les gusta mucho, pero les hace bastante mal a los bichos ¿viste? …
PEEERO NO ANIMAL, que Ramírez, ni que vacas querido, ¡te preguntaba por el sulki bestia!
Ahhh eso, pero me hubieses parado antes, ¿qué iba a saber yo? El sulki ese era de los ingleses estos que viven acá cerca, los Smith, creo, algo así. ¿Por qué tanto interés?
No, nada, es que justo me encontré esta bolsita – saca el objeto que había encontrado – y pensé que podía ser de las personas del sulki, ¿a vos que te parece?
A ver… - toma la bolsa y la lee – Y, por ahí sí che, había dos nenas ahí, puede ser que sea de alguna.


El 20 de julio de 2005 Martha conversa con su nieta al lado de la chimenea. Era un día muy frío, se escuchaban las hojas arrastradas por el viento fuera, pero ellas disfrutaban cada una de una chocolatada caliente al lado de las acogedoras llamas. Entre charla y charla, Martha recuerda una anécdota y decide contársela a su nieta, para pasar el rato:

¿Sabes qué? El primer trabajo que tuve, como maestra, fue en el campo. Yo deseaba con el alma ser maestra, pero no había cupo en ninguna escuela. Trabajaba en la municipalidad, el intendente, en ese momento un médico, me quería mucho, de hecho, le gustaba que yo trabajara ahí y me quería ascender, pero yo todos todos los días le insistía: “Señor, yo quiero ser maestra”, le decía. Él me contestaba: “Pero Martita, si acá estás bien.” Así, todos los días, por unos cuántos años, hasta que un día se presentó la oportunidad. Una maestra rural, muy buena, se estaba por ir, se mudaba. Entonces, el señor, me lo ofreció. Yo no dudé un instante, estaba feliz. Me advirtió que iba a ser complicado, y de hecho lo fue, fueron noches enteras en una casita en el fondo de un patio de una casa que tenía un perro policía que me daba terror, además de días extrañando un montón, pero… ¡qué te voy a decir!, era, y sigue siendo, mi vocación.
Me acuerdo que una mañana llegué a la escuelita, era una escuela chiquita, la Guillermina se llamaba, yo ahí era todo, el único personal que había, bueno me fui un poco de tema…esa mañana llegué y había un montón de libros quemados, yo me asusté, pero resultó que no había nadie ya. Resulta que por lo visto un croto que andaba por ahí justo había pasado y, al encontrarla abierta, se quedó a dormir en la escuela. Por lo visto hizo una fogata, para mantenerse calentito.
Otra que me pasó fue, una tarde, queriendo volver para Pigüé. Me acuerdo de esa fue terrible...


Chicos, una consulta, ¿alguien va para el lado de Arroyo el viernes?
Si seño, nosotros vamos para casa, ¿quiere que la alcancemos? - dijo Juan.
Si es posible sí, ¡muchas gracias!

Viernes 5 p.m.

¿Le ayudo a subir? - ofreció el joven a su maestra.
Muchas gracias. - respondió ella.


- ... Era una tarde de sol, corría un vientito otoñal hermoso, íbamos charlando, los tres, eran un nene y dos nenas. Él tenía 12 años más o menos me contaban de su casa, una casa grande, muy linda. Observaba los campos, unas ovejas en algunos, un par de caballos de vez en cuando, vacas... vacas, muchas vacas empezaron a aparecer tiradas al costado. Creo que eran del padre de otro de mis alumnos, no sé por qué las dejaban sueltas. Cada vez que pasaba estaban ahí, tiradas. Por ahí de noche las acorralaban, pero si no, jamás. Pasábamos por ahí y justo una se levantó y agarró el eje de la rueda del sulki, nos dimos vuelta. A mí me agarró como una hemorragia en la nariz me acuerdo, no me podía levantar. Mi primera reacción en el momento en el que ví que el niño se había parado fue gritarle que corra y pida ayuda, no sabía que hacer yo sola ahí con las tres criaturas y el caballo tendido en el suelo. El nene se cruzó todo un campo y trajo a un hombre que estaba trabajando ahí cerca, a unos treinta metros más o menos, muy gauchito el tipo, tenía aproximadamente 30 años, nos llevó a la casa de los chicos. De ahí, su papá me alcanzó hasta Arroyo Corto, donde me puse a hacer dedo y me trajeron. Fui al médico y me dio licencia, no me veía en condiciones de volver.


Diario de Mariana Smith – 17/8/1954:

Querido diario, me arrepiento tanto… lo único que quería era rendir más tarde la prueba de matemática, no que suceda todo esto… ¿y si alguien se da cuenta? Me arrepiento tanto.
Para colmo hoy apareció el hombre ese desconocido y me devolvió la bolsa ¿se habrá dado cuenta? ¿le habrá dicho a mi padre? Tengo miedo, flor de macana me mandé. 
Encima hoy Francisco me volvió a pedir la plata por la comidita esa, yo no quiero darle casi todos mis ahorros por eso, me arrepentí completamente. Dios, me amenazó con contar todo, así que mañana se los voy a tener que llevar sí o sí ¡Mirá si no iba a existir un mejor gasto que una comida casera dañina para vacas! Tenía unas ganas de comprarme una muñeca nueva, pero ya es tarde para eso. 
Espero que nadie se entere al menos… Ya te contaré como sigue todo esto.
Con cariño, y bastante nerviosa
Mariana

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