martes, 30 de junio de 2020

"En el bosque"-Ryunosuke Akutagawa

La forma en la que está narrada la historia es muy interesante, refleja lo distinta que se puede ver una situación desde diversos puntos de vista. Cuando sentía que llegaba a la verdad en el relato, me daba cuenta que no. El final es muy abierto, te deja pensado, ¿cual será la verdadera historia?.. Puede ser que Tajomaru se haya inculpado para proteger a la mujer, de la cual se había enamorado. Pero también puede ser que, debido a la situación traumática que debió afrontar, la mujer haya sufrido algún tipo de shock y no recuerde bien la situación; y aunque la última parece ser la más coherente..¿cómo creerle a un espíritu? , podría la bruja estar mintiendo también..Aunque tengo mis dudas, yo creo que me quedaría con la historia de la mujer, debido a que eso explicaría porqué el asesino se inculpó, sino..¿por qué culparse de un crimen que nadie cometió?

Pulp Fiction

La película comuenza con una historia, que se desarrolla mediante  tres historias distintas, tres puntos de vista diferentes. A medida que transcurre la película, se van relacionando, y cada una hace que se entiendan mejor las anteriores. Tarantino, en la primera historia, denominada "Vincent Vega y la esposa de Marsellus Wallace", se centra en el personaje de Vincent, uno de los ayudantes de un importante mafioso, Marsellus Wallace. En esta historia, Vega debe salir con su mujer y se relata lo que ocurre. Luego, en la segunda, llamada "El reloj de oro", se centra en Butch, un boxeador, que resulta estar relacionado con Marsellus desde la primera historia. En esta, se aclara su participación, pero principalmente se trata de un reloj del boxeador, del cual se cuenta la historia mediante una retrospección que ayuda a entenderla. En la última, "La situación de Bonnie", se vuelve al comienzo de la película, volviendo principal al otro ayudante de Wallace, Jules, y uniendo la historia a una pareja, cuya aparición al principio de la película había quedado inconclusa. Con esta misma, el espectador termina de comprender toda la historia, y así se da el desenlace de la película. 

martes, 23 de junio de 2020

René Lavand y Dolina

Al mirar dos videos, uno de Lavand y otro de Dolina, ambos narrando un poemas de Li Po, se puede observar que ambos son narradores muy habilidosos y muy diferentes a su vez.
Lavand en el video engancha al observador mediante el juego ilusorio que realiza con una taza y tres bolitas, a las que se refiere como migas de pan. También mediante sus historias reflexivas. A medida que narra, cambia de ritmo, lo que le da hace que se genere mayor interés en sus historias.
Dolina en cambio, es más cómico en su forma de narrar y engancha al lector mediante sus acotaciones humorísticas.

miércoles, 10 de junio de 2020

Martín Caparrós, “18. Por la crónica” - Nota de Lectura

En este texto se discute lo verdadero de la crónica. La verdad que puede llegar a contar alguien que está describiendo una situación que no vivió. El autor afirma que hay una verdad que le parece más esencial: encontrar las formas narrativas que permitan recrear y transmitir la situación.
Lo que importa es la honestidad del narrador. Ese compromiso que lo lleve a utilizar todos los recursos para transmitir ese lugar, esa situación, de la mejor manera posible. Ahí está, si es que existe, la verdad.
Habla de la crónica como la "literaturalización del periodismo", también como el periodismo que crea una cultura, no el que habla de la que ya existe.
Parte de una primera definición: "la crónica es eso que nuestros periódicos hacen cada vez menos". Esto ocurre porque los medios tienden a generarse la idea de que a los lectores les gusta más lo espontáneo de la pantalla que la lectura detallada y reflexiva, y por eso transmiten eso en los periódicos. Pero se equivocan, porque lo que hace a un lector es eso, leer.
Cuenta que la crónica es un género que tuvo su tiempo, aquel en que los primeros viajeros escribían sus aventuras describiendo cada detalle, debido a que todo era novedad para ellos.
La crónica, dice, se trata de mirar y lo diferencia de ver. Ver es "percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz"; mirar es "dirigir la vista hacia un objeto". El cronista sabe que todo lo que se le cruza puede ser materia de su historia y, por lo tanto, tiene que estar atento todo el tiempo.
Se vuelve a hablar como en el texto anterior de la tercera y la primera persona y se distingue que: "La información consiste en decirle a muchísima gente qué le pasa a muy poca:la que tiene poder", en cambio "la crónica se rebela contra eso cuando intenta mostrar, en sus historias, las vidas de todos, de cualquiera: lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores."
También detalla otra diferencia entre la prosa informativa y la crónica: una sintetiza lo que, se supone, sucedió; la otra lo pone en escena. Lo sitúa, lo ambienta, lo piensa, lo narra con detalles.

martes, 9 de junio de 2020

"Lacrónica", Martín Caparrós - Nota de lectura

En este texto, se diferencia a la crónica del periodismo en la forma de contar las cosas. Mientras que la crónica lo hace en primera persona, el relato "informativo" lo hace en tercera persona. Esto es así para simular una cierta "objetividad" que en realidad no existe, porque siempre, detrás de cada relato, hay una persona que lo cuenta. Esto no quiere decir que lo que esté relatando esta persona sea falso, sino que elige que relatar según sus criterios. Así, se generó una cierta "creencia" de que lo que se escribe en primera persona es una "opinión"; y en cambio, lo que está escrito en tercera, sería "información". Pero es lo contrario, ya que, ante ese engaño, la primera persona se hace cargo, dice: esto es lo que vi, yo supe, yo pensé, etc.
También el autor habla de su cronista, un cronista argentino que no tiene impreso el nacionalismo que de cronistas de otras partes del mundo, la forma de relato que incluye a toda la sociedad. Relata individualmente, solo, desde su mirada. El resultado de una mezcla de culturas, una tradición hecha de tradiciones muy variadas. La fuerza de una marca débil. Está en contra de la idea de patria y, sin embargo, no se engaña, es el producto de una cultura nacional. Porta sus marcas.
Su cronista es una construcción, pero no muy explícita: aparece en su mirada, en sus observaciones; no le interesa hablar de ese cronista. El cronista se construye en lo que cuenta.


La crónica, ornitorrinco de la prosa



lunes, 8 de junio de 2020

Diario de Escritora - "Salidas"


Sábado 16/5:
Hoy salgo, ya está decidido, hace una semana ya que habilitaron las salidas recreativas, pero me acostumbré tanto a estar adentro, a la rutina, que no me dan ganas ya de alistarme para salir, con todo lo que eso conlleva. Pero es lo más sano, desde que volví de Buenos Aires que no salgo de casa, solo dos veces, y en auto, a hacer unos mandados de menos de cinco minutos y andá a saber cuánto dure esto de las salidas recreativas. Además el día está muy hermoso, tal vez las salidas duren, pero el clima no creo. Me pongo una calza, musculosa, un buzo finito, barbijo, agarro la bicicleta y salgo. Qué raro se siente sentir todo ese aire fresco en la cara y aún así no poder respirar bien por el barbijo.
Voy hasta el fondo del pueblo, recorro las mismas calles, esas cuatro calles que en un momento ya no quería ver, las que usaba para ir y volver de la escuela, en pleno invierno, con las manos y los pies congelados, tan cortas pero que eran tan largas, debido a la cotidianeidad que significaban para mí. Ahora las veo distinto, tienen otro color, otro aroma, las disfruto. Llegando a la escuela siento que gritan mi nombre, hay como cuatro personas dando vuelta por ahí, todos tenemos barbijo, además no tengo muy buena vista así que no reconozco a nadie. Saludo al aire y continúo mi recorrido.
Me agarra calor, así que me saco el buzo. Llego a las calles de tierra, donde se ven más árboles, más cielo, se respira un poco más, aunque sea por los ojos. Hay muchísima gente, se siente raro ver a tantas personas juntas, pero distanciadas. Transito horizontalmente esas calles hasta llegar a el otro extremo, el canal. Ya se están haciendo las seis, y comienza a refrescar, además tengo los brazos brotados, reacción alérgica de quien sabe qué. Bajo un poco, pasando la avenida y me detengo un rato al lado de un fragmento del arroyo. Observo el parque, en mi opinión lo más bello de Pigüé, ahora cerrado y destruido debido a una tormenta anterior a la cuarentena que se llevó muchos de sus árboles por delante. Recuerdo la última vez que estuve allí, la noche antes de volver a la ciudad, tomando mates, riendo con amigos.
En cuanto me decidí a seguir por la recta del tenis, noto el comienzo de la ruta, está completamente vacío, por lo que me decido a ir por allí y entrar por las calles de tierra, rodeadas de árboles, que están en el extremo opuesto del que me había dirigido en primer lugar. Saliendo de ahí, una pequeña recta, un par de calles, y nuevamente en casa.


Viernes 22/5:
Son las 11 ya, sé que tengo que ir, pero..¿salir?.. tengo ganas, pero hace un rato abrí la ventana de mi cuarto y entro un frío helado que me obligó a abrir la persiana y cerrarla de inmediato. Al menos hay sol, pero..¿cómo sé desde acá adentro que ese mismo me va a abrigar? Dejé las cosas de la facultad y me empecé a cambiar... ¿y ahora? ¿cómo salgo? si me olvidé toda la ropa en Buenos Aires, del apuro agarré la valija con lo que tenía a mano.. y no eran cosas muy de invierno que digamos. Busco en todas las habitaciones de la casa abrigo y, con lo que encuentro, agarro la bicicleta y salgo.
El aire se siente hermoso, el sol abriga, y de a poco voy entrando en calor. Observo las calles, las veredas, hay bastante gente, lo que una mañana a esta hora sería raro un día común. Otra cosa que resulta peculiar es ver que tantas cosas cerradas, da un clima raro a la calle. Llego a la librería, dejo la bici apoyada en un árbol, hay dos personas dentro, me quedo esperando afuera. Me cruzo gente conocida, saludo, cuanto tiempo desde que no pasaba eso. Se van, yo entro.
- “Si, ¿que necesitas?”
Me quedo pensativa unos segundos observando el plástico del mostrador, hace mucho que no salía a hacer compras. Envío unos archivos que tenía que imprimir por WhatsApp, mientras espero van entrando, de a una, personas con barbijo. Me siento incómoda, no se si salir o esperar ahí. Me quedo quieta, tomando distancia. En menos de diez minutos ya estaba todo, compro unos resaltadores y salgo. Agarro la bicicleta y emprendo mi regreso, voy disfrutando del aire cada segundo, paso por la plaza, donde se siente más, no quiero meterme nuevamente adentro. Llego a casa, y recuerdo no quedaba queso crema, lo aprovecho como excusa, ya estaba vestida y con todos los recaudos, debía aprovechar la salida. Nuevamente apoyo la bici en un árbol, en el almacén había más cola aún, pero espero tranquila, tengo tiempo. Entro, busco lo que necesito rápido, pago y me voy. Agarro la bici y emprendo mi regreso, es corto, queda cerca, así que llego muy rápido. De nuevo a encerrarse.

Viernes 29/5:
Me despierto, mientras desayuno, miro la tele. “Brasil: más de 26mil contagiados en las últimas 24 horas”. Increíble, ¿no? y acá aún todos paranoicos porque todavía nada llega.
Subo, como siempre, me siento a hacer algunas cosas de la facultad, pero no tengo más hojas y debo sacar unas fotocopias, lo que me obliga a salir. Nueve y media de la mañana, miro por la ventana, está nublado, tiene pinta de hacer frío. Me cambio, me abrigo, agarro la bicicleta y salgo. El frío seco choca contra la mitad de mi cara, pues en la otra mitad me protege el barbijo. Empiezo a pedalear, voy entrando un poco en calor. En el camino recuerdo que le debo un regalo a una amiga y paso por el kiosco. La última vez que había ido te atendían por la ventanilla, ahora dejan pasar de a uno. En el instante en el que apoyo la bicicleta en la pared sale un hombre, por lo que no tuve que esperar y entré. No entraba allí desde vacaciones de verano, di una mirada rápida y salió una mujer a atenderme. Tomo un alfajor, un chocolate, pago y salgó, había tres personas esperando ya. Me subo a la bicicleta y de nuevo a pedalear.
Llegué a la librería, apoyé la bici en el mismo árbol de la otra vez y esperé un instante a que saliera una persona y entré. Le envié el documento, elegí las hojas, la típica charla de cuando vas a comprar algo a algún lugar y te atienden bien, pagué y me fui.
Con el celular en la mano, el alfajor en el bolsillo y la mochila a medio poner, pedaleé hasta lo de mi amiga, quien vive a dos casas de la librería. Ya le había mandado un mensaje, así que me esperó afuera. Con reja entre medio y asiento de bicicleta, le dí el regalo, nos reímos un rato una pequeña charla y a seguir. Esas son las cosas que más se extrañan, el poder pasar y no quedarse afuera, sino entrar, sentarte, tomar unos mates, jugar un truco… pero bueno, todo es cuestión de paciencia.
Aproveché que estaba cerca y visité a mis abuelos, a quienes no veía hace más de un mes. Una visita distante, pero con todo el amor del mundo. Se alegraron mucho de verme y yo a ellos. Charlamos un rato con el barbijo puesto y a metros de distancia. Luego emprendí la vuela a mi casa, el frío parecía cada vez más fuerte pero volví feliz, feliz de poder haber visto a personas que quería, feliz de poder habernos sacado una sonrisa mutua que tanta falta hace en estos momentos.

Domingo 31/5:
Termino de entrenar, agarro el celular, 17:35, si quiero salir debo hacerlo ya. El día está feo, pero lo deseo profundamente porque ayer estaba peor. Además debo llevarle a mi abuela unas oraciones que me pidió que imprimiera. 
Subo, me pongo algo un poco más abrigado, agarro la bicicleta y salgo a toda velocidad. El aire se sentía hermoso, más hermoso que otros días incluso, siento que puedo respirar mejor. Huelo, huelo ese olor a humedad de después de la lluvia. Me cruzo a un par de personas y, de repente, me doy cuenta de que algo me faltaba. Veo a una mujer y lo noto... ¡EL BARBIJO! 
A toda velocidad retrocedo las dos cuadras ya realizadas, abro la puerta de casa, corro hacía mi pieza, lo tomo y vuelvo a salir a todo lo que me dan las piernas. Ahora ya se sentía todo más normal, una vuelta a esta nueva normalidad, más fea, pero ya normal. 
Subo cuatro cuadras hacia la avenida, en la escuela doblo y comienzo a bajar en dirección a la casa de mis abuelos. Llevo los papeles en un bolsillo interno de la campera y el celular, llaves y pañuelitos en los externos, no me gusta cargar con una mochila cuando voy en bici.
Pasando la plaza me cruzo a dos amigas que iban caminando, las saludo, con alegría, pues hace mucho que no las veía. Bajo por esa cuadra que tanto me divertía de niña por su gran bajada, un par de cuadras y llego a lo de mis abuelos. Me acerco a tocar timbre, cuando veo que muy alegres vienen a recibirme mis perras detrás de las rejas. Toco, sale mi abuela, adentro estaban mi hermana y mi mamá, dejo la bici afuera, entro un ratito a saludar y continúo mi camino. Sigo esa cuadra hasta el fondo, hasta el canal y, antes de cruzarlo, doblo. Bajo hacia el parque, ya no tan apurada, disfrutando de la media hora que me quedaba.
Paso por el molino, mirando hacia el parque, deseando entrar a ese lugar tan verde y tan prohibido en este momento. Continuo por la plaza de la salud, la recta del tenis y sigo más allá, por una calle desierta parecida a una ruta. Hasta que se comienza a ver un montículo inmenso de tierra que bloquea el acceso, llego hasta allí y regreso. El sol se va ocultando, disfruto de ese paisaje tan natural, del aire pegando en mi cara. Los colores se van volviendo más oscuros y aquellos espacios en los que hace minutos había gente quedaron desiertos. Al llegar a la salida, doblo hacia el puente que da a la otra salida del pueblo. Aquella subida donde se ve que el sol muestra sus últimos destellos, a cada pedaleada, siento que estoy más cerca de ese cielo rosado, me lleva un camino iluminado con luces que parecen pequeñas estrellas, es hermoso. Llego al límite, me detengo unos segundos más a admirar semejante atardecer y emprendo mi regreso. Ya no debe quedar mucho tiempo, así que me apuro, un poco. Voy por la avenida, paso por el centro, hago una cuadra de más y doblo. Paso el montón de hojas secas que recubren toda la vereda con la rueda de la bicicleta, se escucha su delicado crujir. Doblo, se ve el último rayito de sol, me detengo y le saco una foto. Sigo esa última cuadra a mi casa. Llego a la puerta, suena la sirena.


martes, 2 de junio de 2020

Magnolia


Hace mucho tiempo atrás, en un inmenso teatro del centro de una gran ciudad, gané una guitarra. Había sido un día agitado, cansador, hasta agobiante diría. Tenía entradas para un espectáculo que se realizaba a beneficio de un hospital, creo, no me acuerdo muy bien. Llego a mi casa, con las manos heladas, las uñas violetas, los pies escarchados y siento eso, siento el calor, ese que sale de la chimenea del living, ese que hace que me quiera tirar en el sillón a leer un libro, ese que hace que no quiera salir de allí, como si estuviese en un cubo térmico que me protege de todo. ¿Cómo salir ahora? Después de haber estado en la calle todo el día, de acá para allá, trabajando. Me siento en el sillón, se escuchaba el tictac del reloj, lo miro, eran las siete y media. El cuerpo me pesa, los ojos también, se van cerrando lentamente…RIIIING, suena el teléfono, me cuesta pararme, porqué tuve que poner un ringtone tan fuerte e irritante, me pregunto. Atiendo, con voz de entredormida:
-¿Hola?
-A que no te cambiaste.. DALE APURATE QUE LLEGAMOS TARDE!!! Yo ya estoy saliendo, te encuentro en la puerta a las ocho.
Corta, sin siquiera dejarme hablar para expresarle mi cansancio. No sé ni para qué voy, no es que me fascine esa música, bueno o al menos no tanto como quedarme al lado de la chimenea, abrigada, protegida, hacerme un café, y quedarme mirando una película. Pero bueno, si la dejo después se va a enojar, además no me vendría mal una pizza con unas birras después del teatro.
Ya son ocho menos cuarto, queda cerca, pero no tanto, aún debo cambiarme y maquillarme, no se puede ir así nomás a una gala de semejante magnitud. Abro el armario, ojeo lo que tengo, saco un vestido. Quedaría muy bien, pero observo la ventana, se ven hojas volando, como si el viento las moviera con cierta violencia incluso. Eso hace que cambie de opinión. Saco del cajón un jean negro, tiene muy buen calce, pero no lo uso mucho, es ideal para la ocasión. Una blusa beige que tenía colgada hace tiempo en la percha, con unos detalles bordados en la zona de los hombros y un blazer bordó que hace juego a la perfección. Me pongo las botas negras, me maquillo un poco y bajo. Ya son las ocho, se escucha el teléfono nuevamente, atiendo apurada, sabiendo lo que se me venía, y digo rápidamente:
- Anda entrando, estoy a cuatro cuadras, en cinco llego. 
Cuelgo antes de darle tiempo de contestarme. Agarro un tapado negro, como para estar bien abrigada, y salgo de prisa. Tomo el subte que está a una cuadra de casa y me deja a una del teatro, serán cinco estaciones, aproximadamente. Pero no llegaba, y yo cada vez me impacientaba más. Estoy a punto de subir la escalera, cuando se siente una vibración, por fin llegó. Me subo, y bajo en la estación correspondiente. Camino esa cuadra a la velocidad de un rayo y llego al teatro. Se escucha la música, ya arrancó, pero por suerte las puertas continúan abiertas. La única persona afuera es una anciana, la noto medio desorientada, así que le ofrezco mi ayuda. Entramos juntas sigilosamente para no llamar la atención y, como los asientos no eran numerados y claramente no iba a encontrar a mi amiga entre tanta gente, nos sentamos juntas en un palco libre del fondo.
Disfrutamos el show juntas y en una pausa que hubo en el medio, me contó acerca de su vida. Venía de Europa, había llegado a los 13 años aquí, me contó que desde chica disfrutaba el sonido de la guitarra, que ella la tocaba, pero ya no podía hacerlo por un problema en los músculos. Me relató su vida, llegó a Argentina sin un peso, habían estafado a su familia y se la habían tenido que arreglar como podían. Un mediodía caluroso había tenido que vender su vieja guitarra para poder dar de comer a sus siete hermanos. Un par de años más adelante la casaron, por conveniencia, con un hombre de muy buena posición. Con el tiempo aprendió a quererlo, aunque nunca lo amó. Era muy buena persona y se llevaban muy bien, aunque ella se sentía aprisionada dentro de esa enorme casa en medio del campo. Su suegra la maltrataba, la hacía sentir completamente inútil, por no saber cocinar bien o no limpiar tan velozmente como debía. Pero ella tan solo tenía 15 años, era una niña. En su segundo aniversario, él le regaló una guitarra. Era una guitarra criolla, de madera, clarita, con algunos detalles en su caja, a la que ella talló su nombre en la parte inferior. Aquella le otorgaba ciertos poderes, la transportaba a otra dimensión, donde sus problemas desaparecían, donde era libre.  Allí era feliz, encontraba el amor que había perdido cuando la habían separado de su familia, nadie la juzgaba, no había críticas, podía recuperar su juventud y sentirse plena.
Al final de la gala había un sorteo, recuerdo que eran diez premios, entre ellos, una guitarra. La señora me dijo, con su voz quebrada: “Vas a ver que me la voy a ganar, y te la voy a regalar, así aprendes a tocar”. Yo la observé, aquello me parecía una locura de ella, algo que claramente no iba a ocurrir, el teatro estaba lleno, cualquiera se la podía ganar, así que le juré que iba a aprender a tocarla. Sacan un número, el 29, el suyo. Sorprendida, me ofrecí a buscarla, para que ella, tan débil, no tuviese que ir. Pero, cuando volví, ya no estaba. El espectáculo no había finalizado aún, y las puertas estaban cerradas. A su paso, no podía haber desaparecido tan rápido. Pregunté a la gente de seguridad si la habían visto salir, pero me dijeron que no. Estará en el baño, pensé. Pero al finalizar el espectáculo, ella aún no había vuelto. Me fijé en los baños, miré detalladamente a todo el público, ojeaba quienes iban saliendo, pero jamás la volví a ver.
Aún tengo esa guitarra, y cumplí mi promesa, aprendí a tocarla. Ahora en los días agobiantes, cansadores, de frío, en los de calor, en los tristes, en los alegres, cada vez que la toco, me transmite eso, esa paz, esa plenitud. Aún me pregunto que habrá ocurrido con la señora. Sin embargo, el otro día estaba tocando y al detenerme mi mano rozó el borde inferior de la caja. Sentí como algo medio rasposo, algo que no había sentido en todos estos años, pensé que se había astillado o algo así. Pero, al observar que era lo que mi mano tocaba, lo ví. Allí estaba, pequeño, gastado ya por los años, se notaba que era hecho a mano, prolijo y hecho con increíble dedicación. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo en ese objeto tan importante para mí desde hace tanto. Tuve que detenerme media hora a observar eso para asegurarme de que aquello no era un delirio mío. Pero sí, ahí estaba, escrito,  “Magnolia”.